Columnas

La Palabra

Por Rodrigo Ramírez Tarango

Sumario.- En el año 250 adC los cartagineses enviaron una embajada a Roma, ofreciendo la paz a cambio de la vida del cónsul Marco Atilio Régulo, al que habían hecho prisionero. Éste pidió acompañara a la embajada cartaginesa, lo que le fue concedido bajo palabra de que si Roma no aceptaba regresaría para ser ejecutado. Al llegar al Senado romano, y ante la sorpresa de sus captores, Régulo pidió a sus conciudadanos que continuaran la guerra. Luego, cumplió su palabra y volvió a Cartago, en donde fue torturado cruelmente hasta morir.

El lenguaje es una de las expresiones del pensamiento y de la emoción, y la palabra es su instrumento. 

Para la academia la palabra es el segmento del discurso unificado habitualmente por el acento, el significado y pausas potenciales (inicial y final) y la representación gráfica de la palabra hablada.

Según la Real Academia Española, “palabra” significa “sonido o conjunto de sonidos articulados (o su representación gráfica) que expresan una idea”.

La correcta expresión de los pensamientos y sentimientos requiere la utilización de palabras adecuadas, aquellas que, en cada lengua, mejor expresan, por sí mismas o bien acompañadas, lo que se quiere transmitir. 

La precisión terminológica es fundamental para la comunicación y, por ello, es tan importante un léxico rico, que permita argüir sin ambigüedades y equívocos. Junto a la libertad de expresión se requiere la capacidad de expresión, disponer de las palabras que transmitan fidedignamente nuestras reflexiones.

En otros casos, deben precisarse los contornos de palabras que sus “inventores” han difundido a través del omnipresente poder mediático: el significado de “globalización”, “mercado”, “conservador”, “progresista”, etcétera.

Pero la palabra es más que una simple facultad de hablar, una aptitud oratoria, adquiere otra connotación, la del empeño que hace alguien de su fe y probidad en testimonio de lo que afirma, es decir, una promesa u oferta.

Cuántas veces las palabras son usadas erróneamente cuando se intenta transmitir un mensaje mediante largos parlamentos pletóricos de términos técnicos, con los que un orador se siente cómodo, quizá evitando ser precisos, para no decir que las cosas iban mal y que no sabía cómo iba a terminar -probablemente lo único significativo que había que comunicar-; esto por lo regular es la ruina de los pueblos cuando sus políticos son los que emplean estas estratagemas como hábito.

Por eso, a estas alturas antes de empezar a dialogar sobre cualquier asunto importante habría que saber si los dos interlocutores entienden por el mismo, el verdadero significado de los términos sobre los que van a dialogar. Que los periodistas, primeros garantes de la conservación de la palabra, no sean los primeros en maltratarla, seguidos de políticos, y abogados y demás funcionarios. No lo olvidemos, a través de la palabra conocemos la verdad que nos hace libres. Ese es su gran valor.

En la comunicación importan las características propias del individuo y de su cultura; es fundamental escuchar para saber qué y hasta dónde un público quiere escuchar. En la cultura anglosajona, la comunicación suele ser personal, autónoma y positivista: no se oculta ni disfraza la realidad, ni se minimizan el tiempo ni el tipo de evolución de la patología. Entre los latinos existe mayor resguardo en la información, y la familia desempeña un rol importante en su transmisión. En este caso la comunicación es grupal, protectora y esperanzada.

Este último es un claro ejemplo de por qué los hombres somos diferentes según la cultura en la que fuimos formados.

Para México y los mexicanos la palabra es fundamental, tanto así que como nación los acuerdos que se firman (llamados tratados), adquieren rango constitucional, es decir, están a la par de la Carta Fundamental. Como pauta cultural, la palabra para el mexicano está en los primeros lugares de respeto, sólo debajo de los respetos hacia la divinidad y a la figura materna. En la cultura, en la tradición del pueblo mexicano, la palabra es sinónimo de todo lo que significa ser gente de bien.

Se pueden escribir largos ensayos de lo que significa incumplir la palabra, pero es tanto como darle importancia superior al incumplimiento que al cumplimiento, e ir en contra de este ejercicio.

Quedémonos con lo que García Márquez escribió al respecto sobre quienes incumplen la palabra, como el ejemplo más claro de lo que significa en los pueblos de Latinoamérica esta grave falta.

Los periodistas y los políticos tienen entre sus coincidencias el que la palabra sea el instrumento de su trabajo.

Para los primeros este instrumento es transmitir (con palabras) lo que sucede en el mundo, comentar los significados de estos hechos y registrar la historia.

Para los segundos, más que transmitir ese hacer por el bien de todos, tiene más la connotación del pacto al que se hace referencia párrafos más arriba.

Sí, los políticos empeñan su palabra a la hora de la campaña, aseguran que harán lo bueno y combatirán lo malo. En la teoría de Rousseau esta es la promesa del contrato, la firma por parte de quien acepta se da a la hora de votar, y el cumplimiento a este contrato se da cuando se cumple lo que se promete hacer o dejar de hacer. (por que los políticos también prometen que si ellos gobiernos la administración dejará de hacer lo que se considera malo por la mayoría).

En pocas palabras, el político debe hablar menos y cumplir más, por que su palabra está empeñada. Unos por que así lo prometieron en campaña, y otros por que así lo juraron al rendir protesta de cumplir y hacer cumplir las leyes frente a la legitimidad de una autoridad.

Los pueblos en los que sus gobernantes no cumplen sus palabras no progresan, no avanzan.

Los pueblos en los que sus gobernantes cumplen la palabra empeñada, avanzan, progresan.

El problema para los pueblos es cuando, ya sea por designación o por errores de eso que se ha dado en llamar democracia, llega a puestos en los que se deben tomar decisiones y trabajar muy duro, alguien que no sabe cumplir su palabra, que no tiene ni idea de lo que esto significa. Ahí las cosas no progresan, no avanzan, y la desconfianza en las instituciones es inevitable.

En esto se debe pensar muy bien, y se debe poner remedio, por que el ciudadano de a pié no tiene la culpa de esas malas decisiones a las que, casi siempre, es ajeno, pero de las que siempre resulta perjudicado.

Hablar del valor de la palabra en el ámbito de la representación política e institucional es hablar de la palabra como obligación y mandato moral en un ámbito en el que muchas veces no coincide su significado y la concreción de los hechos.

En conclusión debemos rescatar el valor de la verdad, el valor de la palabra, el valor del compromiso cuando se dice: “Te doy mi palabra” o “Palabra de honor”.