Columnas

El Juglar de la Red

Por Rafael Cano Franco

El saldo del 2021 no fue bueno para la 4T
Hay quienes dicen que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador realmente está cambiando el sistema político de México, lo aseguran más desde una posición emotiva y no racional; el problema no es si lo cambia o no, sino hacia donde lo cambia y en ese punto los números indican que el saldo de este año no fue bueno y el cambio fue negativo.
En materia económica cerramos el año con una inflación que se incrementó hasta llegar al 7.6 por ciento, la más alta en 20 años; eso llevó a un incremento de precios en productos básicos que pegan de manera directa en el bolsillo de las clases más desprotegidas. La solución, en acuerdo con el sector empresarial fue la de aumentar el salario hasta los 172 pesos, un aumento que ayuda pero no resuelve.
El crecimiento económico de México, con todo y las remesas que llegan de Estados Unidos y que tanto presume como un logro el presidente Andrés Manuel López, fueron excepcionales, pero ni siquiera con ese indicador se pudo mejorar los índices de crecimiento de la economía y la proyección indica que vamos a terminar un 3.4 por ciento por debajo de los pronósticos para la mitad del sexenio.
La peor noticia es que 6 millones de personas que formaban parte de la clase media pasaron a la clase pobre, uno de los saltos hacia abajo o retroceso que México no vivía en más de dos décadas.
Si hablamos de salud, debemos reconocer que el proceso de vacunación presenta notables avances, pero eso llegó luego de que la cifra de muertos llegó a más de 300 mil, aunque hay versiones que citan son más del doble; el grave problema es que ni siquiera sirvió de mucho que el presidente López Obrador se comprometiera a suministrar medicamentos a los centros de salud del sector público, algo que sigue sin cumplirse.
Luego de dos años sin medicinas para atender a enfermos con cáncer, particularmente a niños, finalmente también aceptó el desabasto, pero más allá de eso, el problema continua y la afectación sigue costando vidas.
En seguridad pública el fracaso es notorio, más de cien mil asesinatos dolosos ubican al gobierno de López Obrador como el más sangriento en la historia del país; los cárteles de la droga se han enseñoreado y manejan diversas regiones donde controlan la vida de las personas y son el poder fáctico que pone o impone autoridades.
Entidades como Sonora, Zacatecas, Guanajuato, Guerrero, Veracruz, Tamaulipas se ubican como entidades con altos índices de violencia en sus calles y la estrategia de “abrazos no balazos” es ya un completo fracaso.
El combate a la corrupción y la persecución a los corruptos del pasado quedó en discurso; no hay nadie de gobiernos anteriores encarcelado –el único es Emilio Lozoya y eso porque se pasó de sibarita–; en el gobierno actual la percepción ciudadana con respecto a la corrupción creció en lugar de disminuir.
Los casos de la familia del presidente, hermanos e hijos, inmersos en escándalos millonarios por corrupción no se investigan; el manejo discrecional y opaco de los programas asistenciales no se quiere corregir y anualmente se dilapidan más de 200 millones de pesos en pagos a personas que no existen, ya murieron o a quienes no se encuentra en los domicilios que dieron como lugar de residencia.
Esos programas, que se presentan como “empleos” no alcanzan a tapar el hueco que se ha generado, derivado de la pandemia sí, pero también por las decisiones que afectan a sectores muy importantes, como el energético, por ejemplo.
En lo correspondiente a la parte política, el presidente parece sentirse feliz con los triunfos electorales que obtuvo mayoritariamente su partido, Morena, en diversas entidades; pero en términos globales no debe olvidarse que perdió 10 millones de votos en relación a la elección del 2018 y además se perdieron la mitad de las delegaciones en la Ciudad de México, el centro neurálgico de Morena y el principal bastión de ese partido en el país.
A nivel internacional tampoco hubo resultados positivos, la comparecencia en el Comité de Seguridad de la ONU no causó el efecto deseado y por el contrario la propuesta fue ignorada por los países más importantes, pero también hubo posturas de burla y desprecio.
Las relaciones con el gobierno de Estados Unidos se han tratado de recomponer, pero previo a cada evento donde funcionarios de ese país y los de México se deben reunir, el gobierno mexicano se ve forzado a dar muestras de “buena voluntad”.
Ya ni hablar de obras como el nuevo aeropuerto, la militarización del país, el dispendio en las grandes obras que se pronostica están destinadas a ser “elefantes blancos”; tampoco se consideran los continuos movimientos en el gabinete por los desacuerdos existentes entre funcionarios y el Presidente; ni que decir de su imagen de autoritario y dictatorial.
Viene la segunda parte de su sexenio, le urgen empezar a recomponer el rumbo, pero lo que se aprecia es que cada vez más endurece su postura y se aferra a conducir al país a una trasformación que ya se visualiza como perjudicial.
Fue un mal año para el presidente López Obrador, también fue una mala mitad de sexenio, eso significa que nos fue mal a todos y eso lo demuestran los números, aunque se aferren a no creerlos o negarlos.

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