Columnas

Las vacas sagradas

Rodrigo Ramírez Tarango
No se trata de alusiones personales, el título de la presente entrega es sólo la descripción de un fenómeno que en el norte del país y por ciertos grupos de profesionales se dio en llamar “las vacas sagradas” del periodismo.
Se trata de esos trabajadores de medios de información que tienen la convicción que cuando se sientan y escriben, cuando hablan por un micrófono, cuando están a cuadro, simple y llanamente el mundo tiembla. Son la versión en los medios del político que cede a la tentación autoritaria, ya que ceden a su vanidad. Algunos columnistas (tema del que se escribió en las dos últimas entregas, y que obligó a retomar esta ya añeja reflexión).
Se les llama así porque se sienten intocables, como las vacas que en la India que no son molestadas por motivos religiosos.
Por lo regular se trata de personas que asumen papeles de divos, de intocables, de intratables, de jueces que a la menor provocación sentencian iuris et e iure, pero cuyo fundamento legal es el criterio exacerbado por la naciente o consolidada megalomanía.
Esas son las verdaderas “vacas sagradas” del periodismo, los intocables. Estas personas contribuyen con su falta de reflexión a la pérdida de credibilidad en el periodismo moderno.
Se presentan otros comportamientos de periodistas que pudieran entrar en esta noción, sin embargo se debe precisar que otros son los motivos que mueven a este tipo de personas a actuar para (a su manera y según ellos) impartir justicia y gracia.
Los reporteros, los periodistas, trabajan muy de cerca al poder público, al poder económico, y son tratados con distinción por quienes representan a estos poderes. Es natural que estos últimos busquen una buena relación con quienes reflejarán su actividad o su inactividad a través de los medios de información social.
Cuando los mandatarios y sus subalternos, o cuando los empresarios, o cuando los famosos conocen al reportero y al periodista por su nombre, y lo llaman “amigo”, se puede estar sembrando la simiente de una futura “vaca sagrada”.
Cuando el trabajador del medio a las primeras de cambio cree que en realidad es amigo, cree que en realidad es tan importante para que funcionen las maquinarias de los poderes púbicos o privados, ahí comienza el fenómeno.
No en todos los casos sucede esto, es preciso aclarar, algunos reporteros y periodistas de los medios saben dimensionar lo anterior y entenderlo como parte del trabajo, pero nada más.
Retomando el génesis de una “vaca sagrada”, cuando el reportero cree que tiene relación de primer nivel con su amigo el poderoso, lo hace dimensionar la vida de diferente forma. De pronto se siente capaz de cualquier cosa, porque confía en que con una llamada sus “amigos” le resolverán el problema propio o ajeno.
Ah, pero esta es la primera parte, la segunda y más dañina es cuando estos trabajadores de los medios se abrogan el derecho de discriminar información, redactando “noticias” a conveniencia de sus amigos y en contra de quienes no les hayan hecho el favor solicitado.
No se diga si algún servidor público de menor nivel o algún paisano se meten con el “señor periodista”, porque saldrá mal librado en la medida que este “influyente” personaje de la vida pública pueda castigarlo con las letras de su desprecio. (Léase este párrafo en tono de franca ironía que denotan las comillas).
También se debe aclarar que entre reportero y periodista hay diferencias más allá de la retórica, el primero está en etapa de formación y el segundo ya es un experto (con título o sin él) en materia de comunicación de medios masivos, alguien respetado y buscado para entregarle información, pues hay confianza en que la transmitirá de buena manera.
Las vacas sagradas del periodismo perdieron una base muy importante, dejaron de entender que su función es social, que tienen una alta responsabilidad frente a los públicos que necesitan satisfacer su derecho a la información y que, para ello, confían en el periodismo.
Son personas que usan su poder de influencia para satisfacer metas estrictamente personales, ya sea materiales o tan intangibles como la mera vanidad, convirtiéndose en mercaderes de la información o en jueces inexorables de lo que, a su parecer debe ser, sin aceptar más criterios que el personal dictado desde la tribuna de una conciencia gobernada por la soberbia.
Ello les hace pensar que cuando escriben o hablan el mundo tiembla; que sus mensajes serán principio y fin de la política, de la vida social, de la industria.
Este tipo de personas se llevan el peor de los desencantos cuando dejan de laborar en el medio informativo que les dio “nombre”, pues no pasan 48 horas cuando por arte de magia quedan borrados de las mentes de quienes desde el poder público o fáctico los consideraron “amigos”, para ir pasando poco a poco al terreno de los “conocidos”, y luego en pocas semanas al de los totalmente desconocidos.
A quienes les pasa esto, simple y llanamente no entendieron que las atenciones recibidas no eran para ellos, sino al medio que representaron.
Sin embargo existen otro tipo de trabajadores de los medios de información que, en el submundo de la política saben jugar el papel que les corresponde, si bien se tornan en jueces y dadores de gracia, saben bien a bien el terreno que pisan.
Este terreno es pisado por periodistas, no por reporteros; se trata de conocedores de los vericuetos de la política y, por lo general, expertos variados temas de la administración pública desde el exterior. Hombres y mujeres que pueden ayudar a construir o destruir carreras políticas, tan sólo por lo que se publica o deja de publicar en los medios de información en los que laboran.
La política es veleidosa, como ya se había asentado líneas arriba, y quienes aprenden a surfear en esas aguas tienen futuro en el periodismo político, especie que francamente está en vías de extinción.
Por lo regular cuando el periodista político escribe análisis de fondo sobre los vericuetos del poder público o privado, sus comentarios trascienden y provocan mutaciones, ya que develan los secretos en los que se apoyan problemas, soluciones y negociaciones propias; y por ahí puede llegar la tentación, sin embargo a diferencia de otros, aquí hay preparación, experiencia.
Incluso algunos de estos periodistas hacen su trabajo con alto sentido lúdico, se divierten mucho, pues no hay interés más allá de ver qué pasa o cómo reaccionan los directa e indirectamente aludidos, pero eso es escaso, poco frecuente en estos tiempos impíos.
En todos los ámbitos del periodismo se dan las “vacas sagradas”, no es privativo de la política; aquí sólo se hace la connotación por que se trata de periodistas de gran relación directa con el poder, pero que de una u otra forma entienden su papel, contrario a los que se marean al subirse a un ladrillo.
Todo sea que alguien sin la madurez suficiente maneje y sienta un poco lo que es el poder mediático, para que en poco tiempo se vea tentado a usarlo mal, como ya se asentó líneas arriba, en exclusivo beneficio individual.
En términos generales, esos trabajadores de los medios que se sienten “vacas sagradas” desnaturalizan el ejercicio periodístico y sólo quedan para ejemplo de lo que no se debe hacer en esta materia.
Son los que dañan la imagen que socialmente se conoce como “prensa”, pues sus prácticas rayan en lo despótico, llegan a la mentira y terminan en la calificación de nefasto.
Ciertamente, al sintetizar esta dura taxonomía del ejercicio periodístico se puede caer en la tentación de sentirse una “vaca sagrada” que dice quién es buen y quien es mal periodista, pero la diferencia estriba en que se hace desde el conocimiento que da la experiencia y no con un afán de descalificación, sino más bien académico y, eso sí, propositivo.
Los medios de información son negocios, sí, pero en el entendido de empresa editorial; no se trata de un ramo con patente de corso para la extorsión, mucho menos de casas para guarecer a personas que hagan negocios anulando el genuino interés público.
La profesionalización o la certificación de quienes ejercen el periodismo debe ser la ruta que borre de una vez y para siempre, por medio de principios éticos, al mal que se representa como las vacas sagradas del periodismo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *