El Joven Observador
Dicen que la culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre. Esta frase nos recuerda que no debemos sorprendernos por la forma de actuar de las personas cercanas cuando estas proceden de acuerdo con su naturaleza, especialmente cuando sus acciones resultan perjudiciales.
Vivimos en tiempos donde los valores han sido difuminados por un relativismo brutal, lo que ha hecho que la práctica de la virtud se desdibuje en la conducta de muchas personas.
Yo explícito. El autor Gastón Courtois, en su libro El arte de dirigir , señala que entre más alto es el rango dentro de una jerarquía, mayor es la obligación de actuar con bondad. Sin embargo, esta idea ha sido abandonada, y en su lugar, la autoridad jerárquica se ha convertido en sinónimo de prepotencia, despotismo y soberbia.
Otra frase del libro Las 70 reglas de la política advierte que “la soberbia irrita a los dioses”. En un sistema democrático, donde se ha promovido la narrativa de que “el pueblo es bueno y sabio” en todas sus decisiones —una afirmación errónea y políticamente riesgosa—, una equivocación puede deteriorar toda una estrategia de gobierno.
Un ejemplo reciente es la filtración de una imagen compartida en un chat de gobierno municipal por el subdirector de Gobernación Municipal, aparentemente por error. La imagen en cuestión mostraba a una mujer en paños menores con la leyenda: “lo que nos comimos, balón”.
Más allá de si la frase tenía o no fundamento, este tipo de prácticas contradicen la imagen de responsabilidad social y familiar que el gobierno municipal ha tratado de proyectar. No es la primera vez que ocurren situaciones similares, y en algunos casos, el propio alcalde, Marco Bonilla, ha tomado medidas para destituir a funcionarios que han incurrido en actos de doble moral.
Las quejas persisten al interior del gobierno municipal sobre la continuidad de estas prácticas, así como la designación de personas en puestos clave no por su capacidad, sino por razones meramente subjetivas o personales.
No buscamos moralizar ni asumir una postura santurrona, pero estos errores no solo restan credibilidad a la administración, sino que, además, evidencian la falta de congruencia en la forma en que se ejerce el poder. Y, como se ha visto a lo largo de la historia, las fallas internas pueden convertirse en el mayor obstáculo para la consolidación de un proyecto político.