Por Rafael Cano Franco
Mi reino por una casa
Luego de que apareciera el reportaje de la casa en Houston que ocupa el hijo del presidente López Obrador, la actitud de AMLO se volvió arisca, desde el púlpito presidencial se lanzó con todo contra todos los que osaron darle seguimiento al tema; muy a su estilo: descalificó, insultó, marcó una línea entre buenos y malos, buscó traidores –encontró a Carmen Aristegui—y fustigó a los periodistas que presentaron el trabajo periodístico.
Al presidente López Obrador se le han presentado crisis de diversas modalidades, generalmente son por funcionarios cercanos ligados a la corrupción o por algún video de un familiar pidiendo dinero, no había pasado nada, más allá de dejar documentado que en la 4T también pecan de lo mismo por lo cual acusan a los del pasado, a la mafia del poder.
A López Obrador le bastaba salir a descalificar, insultar y negar –sin aportar más argumentos—para salir medianamente bien librado y sin mayor afectación en su popularidad. Pero que él sea popular no significa que su gobierno lo sea y cada vez el peltre que lo protege se ha despostillado.
Pero en el caso de la crisis de la “casa en Houston” ya no solamente es suficiente la descalificación o la diatriba pública. El Presidente realmente resintió el golpe y por ello reaccionó de manera tan violenta.
Pero se cruzaron límites y el hombre que tanto cuida la investidura presidencial, de pronto recibió una andanada de críticas de los mismos a quienes descalificó desde el púlpito presidencial, una andanada que lo ubico en una dimensión a donde nadie había mandado a un Presidente de la República.
Lo que antes era suficiente, de pronto ya no alcanzó y la crisis escaló; los efectos no son inmediatos, pero quedo muy claro que la cantaleta de la austeridad, eso de vivir con 200 pesos en la cartera y tener solamente un par de zapatos, es un discurso que se aplica solamente para los demás, porque para la familia presidencial eso no se aplica.
Era predecible la reacción del Presidente, generalmente las acciones que toma en momentos de crisis, son las mismas a las cuales recurrió en esta ocasión, pero no pudo contener la avalancha de críticas y tampoco tuvo manera de acallar las redes sociales, eso simplemente lo sacó de sus casillas y lo llevó a postura furiosa, más que de costumbre.
Siendo un mesías, como se siente y lo ven sus seguidores, López Obrador recurrió a otra treta, el discurso evangelista-redentor; de pronto quiso ponerse en el papel de víctima, en acudir al viejo pretexto de los ataques políticos de sus adversarios, trató de colocarse como el perseguido y acosado.
Un moderno Jesús que es llevado al Sanedrín judío para ser juzgado y crucificado.
El juicio público está en proceso y mal haría el presidente López Obrador en minimizar la situación. Al momento no hay explicación pública de su hijo o de una instancia del propio gobierno, pero lo que sí aparece todos los días es más información que liga al hijo del presidente con la empresa “Baker Hughes”.
Pero lo más grave es que el Presidente perdió la ventaja de poder descalificar y despotricar sin que hubiera respuesta a sus dichos, al menos no al mismo nivel. Pero eso también parece que se acabó.
El impacto del escándalo fue tan fuerte, que sus críticos no solamente le dieron respuesta a sus descalificaciones, lo hicieron en el mismo tono y con argumentos; pero además, al sumar a una antigua aliada –al menos así la consideraba él– al bando de los traidores.
Mientras que los video escándalos de Pío y Martín López Obrador, al igual que el de René Bejarano, están inscritos en el pasado, cuando no era presidente de la República; el de su hijo José Ramón López Beltrán le estalla justamente durante su mandato, no es un hecho que esté en la historia, es el presente y por ello el impacto, de ahí lo duro que resultó el descalabro.
El reportaje hirió a López Obrador, exhibió que su discurso de austeridad no aplica para su familia y que al igual que los anteriores, es protector de la corrupción de sus hijos; no es un problema de un funcionario que orbita a su alrededor –como Bartlett, Irma Eréndira o Zoe Robledo–, se trata de alguien dentro de su esfera familiar y por tanto es él mismo.
Como el propio López Obrador ha dicho en otras ocasiones: “el Presidente es el hombre mejor informado de México”, no podía ignorar la vida de millonario con la cual se consiente su hijo.
Si la Casa Blanca enterró en el desprestigio a Peña Nieto, la Casa en Houston es el Waterloo de López Obrador.