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La inseguridad los golpeó en la cara: El Juglar de la Red

Por Rafael Cano Franco.

Está muy vista la forma en la cual el presidente Andrés Manuel López Obrador acepta, pero no resuelve, los errores que comete: su fórmula es trasmutar las cosas, inventar nuevos indicadores, autodesmentirse públicamente, pero negar que lo hace y dar golpes de timón en la conducción del país tratando hacer creer son eventos planificados lo que en realidad es un completo desastre.

Cuando se presentó la crisis petrolera, López Obrador salió a declarar que era algo que ellos ya tenían considerado desde un año antes y por eso no habría gran afectación a la planta de Pemex; lo cierto es que este año será mucho peor, comparado con el anterior, en pérdidas para la paraestatal.

Cuando los indicadores económicos mostraron el fracaso de la 4T y enseñaron que la economía de México iba en picada, con una proyección para el 2020 de un decrecimiento del 9.5 por ciento; el presidente López Obrador propuso cambiar los indicadores encargados de medir la economía.

Desde el púlpito de las conferencias mañaneras nos aseguró tenían un sector salud preparado a conciencia para atender el brote de coronavirus y lo que todavía seguimos presenciando es la falta de insumos, el contagio constante del personal médico por no tener la protección adecuada y un sistema de salud que mostró todas las improvisaciones y la enorme corrupción que se tolera a los amigos.

Con la decisión de volver a mandar al Ejército a patrullar las calles, una vez más lo que vemos que el Presidente es forzado a aceptar la realidad y lo debió hacer por el golpe en pleno rostro que le dio la delincuencia organizada.

Uno de los postulados más importantes para cuestionar a Felipe Calderón, lo ha sido la decisión de poner a combatir al Ejército y la Marina a las bandas de crimen organizado; López Obrador siempre, en campaña y ya como Jefe del Ejecutivo, señaló que aquella determinación de Calderón Hinojosa fue un gravísimo error que sumió al país en una guerra que derramó mucha sangre.

En su propuesta gubernamental, López Obrador proponía regresar a los militares y marinos a sus cuarteles, a cambio ofrecía crear una nueva policía que se encargara de atender todos los temas de la seguridad pública y fue así que surgió la Guardia Nacional.

Convencer a los altos mandos militares de recluirse en los cuarteles no resultó problema pues les ofreció los contratos para la construcción del aeropuerto de Santa Lucía y con un chorro de dinero a su disposición las jefaturas de la milicia cambiaron el uniforme de faena por un casco de constructor.

Pero la Guardia Nacional simplemente no funcionó. Su creación llegó precedida de un amplio debate sobre el origen de las estructuras de mando, al final se impuso el deseo del presidente y al frente quedó un militar y muchos de sus elementos salieron del Ejército para incorporarse a las tareas, que se pensaban era de seguridad pública.

La Guardia Nacional se perdió desde el momento que fue ofrecida como la muralla humana para contener las olas de migrantes de Centroamérica con destino a Estados Unidos; ha sido tan efectiva para detener migrantes, al grado que el propio Donald Trump reconoce una caída en los índices de migración ilegal a USA; pero estar ocupada en esa función la llevó a no trabajar en el objetivo que le dio vida: salvaguardar la seguridad pública en México.

Con un promedio que supera los 100 asesinatos dolosos por día; con un acumulado de más 46 mil muertos en México en lo que va del sexenio y con marzo y abril pasado convertidos en los meses más violentos en la historia de nuestro país, la gran solución al fracaso que representa la seguridad pública: fue volver a sacar a los militares de sus cuarteles y mandarlos a patrullar las calles.

El problema no es que los soldados vuelvan a las calles a combatir la inseguridad pública –si es que ese es realmente el objetivo–, es el contexto bajo el cual los envían de nuevo a patrullar; no es un secretó el malestar que existe en la tropa, porque mientras los altos mandos gozan de contratos, privilegios y canonjías; a los demás los han exhibido, expuesto al escarnio y la humillación, los han obligado a tolerar delincuentes, incluso a soltarlos, les han impuesto la sentencia bíblica de poner la otra mejilla y les han ordenado entregar sus armas para enfrentarse desarmados con turbas alteradas y azuzadas por delincuentes.

Si el presidente López Obrador debió doblar las manos y sacar al ejército de los cuarteles para llevarlo a las calles, es solamente un indicativo de que Alfonso Durazo Montaño, su secretario de Seguridad Pública fracasó y eso determinó dar un golpe de timón tan arriesgado y contradictorio a sus principios que el problema debe ser realmente aterrador.

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