Rodrigo Ramírez Tarango
Escribir para decir, para contar, para informar, para desahogar, para enumerar, para sentenciar, para teorizar, para dominar, para doblegar, para compartir, para comunicar, para sentir y hacer sentir, para idear e idealizar, para ir, para venir, para quedarse, para decidir, para indecidirse, para afirmarse, para encontrarse, para encontrar, para perder, para perderse, para saludar de manos a lo nuevo, para perderse en una extraña edad, dijo el poeta tamaulipeco.
Decidirse a escribir no es fácil, pero algunas veces está en lo más íntimo de la persona en tal grado que deviene en gustosanecesidad.
Cada quien escribe lo que quiere y como quiere escribirlo, a fin de cuentas el estilo y la propuesta es tan individual como el escribiente; claro, aunque algunos pretendan ser meros escribidores, pero esos ya son temas de conciencia que están lejos de entenderse, porque no pueden quedar sustentados en palabras veredes que las voces comparten sin más propuesta que encontrar a las almas.
Memoria, entendimiento y voluntad, potencias del alma sintetizadas en la libertad para escribir lo que, en conciencia, se quiere plasmar… aunque algunas veces no se consiga a cabalidad, quede claro.
Escribir para pensar, pensar para escribir, escribir sin pensar; no cabe duda, cada quien su estilo al no poder escapar de sí mismo. A fin de cuentas, como le dije al hermano a manera de homenaje a su talento: el tiempo añeja lo bueno y condena con el hedor de la podredumbre a lo nihilista.
Decirse mediante un texto es libertad manifiesta, oportunidad para la trascendencia; pero a pesar de que muchos tenemos la oportunidad pocos logran ese cometido. Quizá muchos de los que llegan a esa meta en realidad no la buscaron, sólo estaba en sí el genio, la estrella, la vocación, la gracia, el toque.
Encontrar verdad en un texto depende más de intención y de sentir que de la correcta concatenación de palabras, ya que escribir permite sacar a pasear aotro duende manso del que evocó el poeta argentino.Pero algunos insisten en otear vientos de guerra cada vez que se sientan a redactar.
Escribimos por todo y para todo, muchas veces sin entender su trascendencia, particularmente cuando se hace como parte de un empleo, como parte de una consigna, del objeto propio del mercado. Los adoctrinados también caen aquí regularmente, en particular cuando son meros instrumentos; ahí no hay libertad.
Los lugares donde todo se aprecia en matices de gris son propicios para la introspección, fuente generosa cuando se abreva de ella con paciencia, con el corazón por encima de las ropas que no busca rostros bellos que emiten bellas mentiras, cuando se busca a alguien en quien creer como lo dijo el poeta neoyorquino, para plasmar con letras, desde la soledad, las verdades.Curioso, aunque congruente, es que la intención sea plasmar las verdades en un texto como desahogo, para evitar hablar frente a frente.
Quizá sea en ese escribir sin destinatario que se encuentran fortuitamente las almas en la comprensión no de frases unívocas, más bien de textos multívocosque a cada cual le hacen sentir, por sus diferentes historias, para llegar a iguales emociones.
Podemos perdernos al escribir, pero independientemente de todos los caminos que sean recorridos, llegaremos a encontrar los pedazos de nosotros mismos en esas extrañas rutas; esa es una de las consecuencias necesarias que tiene esto de plasmar y plasmarse en texto.
¿Escapar de uno mismo? ¿del dolor?, quizá algunos piensen así, pero en realidad al escribir se va a encuentros. Esa es una forma de entender por qué no resulta sencillo mover a la voluntad para yuxtaponer letras y palabras y frases y párrafos, pues se arrostran conciencia, pose y verdad, propuesta y anhelo, deseo y necesidad, lealtad y vísceras, locura y razón, continencia y castidad, presencia en la ausencia.
Pareciera que al escribir se pretende un escape de la soledad, del lugar en el que todo se ve en matices de gris, pero en realidad se describe el largo y sinuoso camino a la anhelada puerta que buscó el poeta de Liverpool, y es camino que necesariamente se recorre sin testigos.
Escribir por escribir, ¡un placer! Claro que como nos lo instruyeran los filósofos griegos, si tenemos la facultad, esta se debe ejercer con apego en el uso de la recta razón, buscando el bien honesto, puesto que como ser humano se está obligado a buscar el propio perfeccionamiento a través de la práctica de os valores para llegar a las virtudes.
Entender que escribir puede ir más allá de la dimensión de expresión personal, personalísima, pues lo escrito es susceptible de ser leído y comprendido, con ello de ser simiente en ese otro que magistralmente describió el poeta español, nos propone pensar pasar sobre nosotros mismos en tiempo, espacio y voluntad. Cuán difícil es lo anterior, pero indispensable para asumir la responsabilidad que se tiene al construir un texto.
Claro que se puede construir, como lo hizo el poeta tamaulipeco, una historia de la no historia; pero hasta en ello nos legó que a partir del vacío, con el que a veces me espanto, someras crónicas de la gente, de los pueblos, de los mundos, de los dioses sin sentido.
Si tiempos traen tiempos, escritos llaman a escribir, ya sea a guisa de ejemplo: motivo, propuesta o afrenta; todo en una síntesis de lo que pudo ser la propia historia, a cada paso, a cada cruce, a cada coincidencia, a cada herida que nos regaló el andar.
Se aprende a escribir, escribiendo, es verdad. No se vaya a caer en la falacia de asegurar que esa premisa es falsa argumentando que aún y cuando algunos escriban a diario, resulta evidente que no han aprendido; pero esa es otra historia.
Escribir para dejar el alma, escribir para encontrarla. Cuántos matices podemos proponer en virtud de lo que nos ofrece este maravilloso idioma en ejercicios de libre albedrío.
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