Por: José Luis Domínguez Castillo
Me llamó mucho la atención una información acerca de que “el 60 por ciento de maestros no investiga, solo da clases y ya”. Ojalá no sea el caso de las universidades de Chihuahua y el resto de México, pero si en algunos países desarrollados sucede, no debe extrañarnos que se reporte aquí.
El tema no es de menor importancia porque los datos fueron proporcionados por la reconocida química española María Vallet Regí. Con su grupo de la Universidad Complutense de Madrid, la investigadora colabora con científicos de medio mundo y son expertos en los llamados biomateriales: uno de los campos que más pueden contribuir a mejorar la calidad de vida de la humanidad.
Sin embargo, la maestra Vallet compartió que desde hace aproximadamente cinco años, la Comisión de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario Español aseguró que casi el 60% de los profesores de universidad “tiene una actividad investigadora nula o casi inexiste”.
Y claro que resulta lamentable porque la universidad no es, como muchos creen, una academia. En una academia o en un colegio pueden dar clases y ya está, pero la universidad es otra cosa: El profesorado tiene que investigar, formar y dar clases, pero por desgracia muchas veces solo vemos esto último.
Vallet Regí y otros investigadores fueron consultados sobre la proliferación de universidades privadas. Les pareció, según opinaron, un desastre, pero tanto las “de paga” como el exceso de las instituciones “públicas”.
Ciertamente, hubo un momento en el que se multiplicaron las universidades. Sin embargo, es mucho mejor aglutinar y apostar por la calidad que diseminar para que cada pequeño sitio tenga su universidad. Eso, como todo exceso, no es bueno.
En Estados Unidos podemos ver un claro ejemplo. La mejor universidad para una determinada carrera está en un sitio, pero para otro tema la mejor está en otro lado. No tiene por qué estar todo lo bueno concentrado en un mismo lugar, pero hay que formar a la gente de la mejor manera posible, para que sean los mejores.
A esa problemática, falta de investigación y tareas de campo, hay que agregar el patético y descarado caso de que se puede comprar un título, pagando una matrícula cara en una universidad privada, o de plano adquirir el documento falso.
La mayoría de las universidades son serias en su docencia, por lo que no es una regla, aunque se hayan visto casos. Ninguna institución está exenta: Hay universidades privadas que se han especializado y forman a gente muy buena, con másteres ya muy dirigidos al mundo del trabajo, pero hay otras que realmente venden el título.
No hace mucho tiempo que se dio en Chihuahua el arresto de una mujer que a sus 52 años pretendió registrarse como especialista en cirugía plástica. Para su mala suerte y ejemplo de lo que no se debe hacer, “Silvia Margarita” fue descubierta por el personal del Departamento Estatal de Profesiones que detectaron los documentos falsos que presentó.
La anomalía se apreció cuando los funcionarios verificaron la documentación y carecían de los candados de seguridad, además de que la fecha de expedición no correspondía con los elaborados en el departamento de manera normal. Lamentablemente, las autoridades no lograron establecer qué universidad acreditó los estudios de la presunta profesionista de la salud.
Entonces, qué hacer. Pues cada quien a lo suyo: la Universidad y sus profesores a cumplir bien con su docencia e investigación, las autoridades a sancionar instituciones “patito” y los pseudo profesionistas a vivir con una identidad comprada que puede poner en riesgo la vida de ciudadanos (recuerden el caso reciente del cirujano de ciudad Cuauhtémoc), y ellos ser encarcelados en cualquier momento.