Por Rubén Iñiguez
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A lo largo de la historia han existido personajes con serios problemas conductuales al grado de perder el sentido común o el sentido de la realidad social. Casos como el de Nerón, quien en su primera etapa de gobierno había resultado un ejemplo de respeto a las tradiciones políticas romanas, pero que después de un tiempo, comenzó a derivar hacia una forma de gobierno despótico y aberrante, al grado de quemar su propia ciudad (Roma). Su delirio de grandeza y sentido de la razón se fue agudizando al grado de asesinar a su propia madre, Agripina.
Otro ejemplo claro es el de Calígula, que siempre será recordado como uno de los enfermos mentales más violentos de la historia. Su posición como héroe, dominador y excelente gobernante lo transformaron lentamente en un ser vanidoso, paranoico, trastornado y alejado de su realidad.
A esta obsesión de poder se le conoce como síndrome de Hubris que afecta a los individuos que han logrado una posición alta dentro de un contexto social y lo mantienen durante mucho tiempo. De acuerdo con el experto Agustín Saavedra “Hubris” significa “orgullo excesivo o arrogancia”, que son las características principales que presentan los sujetos. Es importante señalar que el síndrome de Hubris no sólo aparece en la política, que ciertamente es donde más recurrente se hace presente. Puede aparecer también en cualquier ámbito profesional e incluso en la adolescencia (cuando se crean grupos sociales exclusivos). Sucede con músicos como Elvis Presley, actores como Marlon Brando y jugadores profesionales como O.J. Simpson. Figuras que se creían intocables después de ser reconocidos mundialmente.
Menos del 5% de toda la población en México, ha participado en algún partido político, ha simpatizado o militado en uno de ellos. Y menos del 3% ha tenido la oportunidad de ocupar un cargo de elección popular o ha ostentado algún puesto como funcionario público de primer nivel. El detalle es que son ellos los que deciden a donde se dirigen los recursos de nuestro país, de los respectivos estados o localidades. El pequeño gran problema es que muy pocos se salvan de ser presa de esta ambición excesiva de poder y hace que “pierdan piso y vivan en una burbuja de una realidad paralela” y tomen acciones poco racionales.
Casos como el de Javier Duarte, ex gobernador de Veracruz, quien de plano se volvió loco de poder, olvidándose de cualquier tipo de escrúpulo o ética, de quien se platica que le daba agua en vez de quimioterapia a los pequeños con cáncer, pero que había estado protegido por “el sistema” por dar fuertes cantidades de dinero a la campaña presidencial de Peña Nieto, y quien además se rumora que también apoyó a la campaña de AMLO. A quien demás se le evidenció a través de una seria investigación periodística en la que se documentó el desvío de más de 3,500 millones de pesos en empresas fantasmas, es muy probable que pueda quedar en libertad en las próximas semanas.
El caso de Elba Esther Gordillo o de Napoleón Gómez Urrutia, ambos líderes sindicales, los cuales robaban a manos llenas el dinero de las cuotas de sus trabajadores y quienes tienen propiedades exorbitantes de varios miles de millones, la primera ya está libre y el segundo será Senador de la República. A ninguno pudieron fincarle responsabilidades.
Estos tres últimos ejemplos que le platico a usted amable lector, pintan para suponernos que fueron “perdonados” por el nuevo “sistema” o los nuevos dueños del ajedrez.
La conocida “mafia del poder” no distingue partidos, colores, razas o ideologías. Eso sí, todos deben estar alineados a ella, pero nadie por encima de ella. Quienes son disciplinados, se les condecora, se les protege o se les construye un futuro político. Pero a los que sienten ser más poderosos que el propio “sistema”, o intentan acumular demasiada riqueza y control, terminan encarcelados, prófugos de la Ley o como “chivos expiatorios”.
La ventaja es que este síndrome de” Hubris” suele curarse cuando la persona deja de tener poder. Lo malo es el daño que causó cuando lo ostentó.