Columnas

Libertad y libertinaje


Segunda parte
Por Rodrigo Ramírez Tarango
En la entrega anterior se abordó la diferencia entre libertad y libertinaje; una aproximación para tratar un problema que devino en crisis de credibilidad para el periodismo local.
La reflexión de la anterior entrega propuso que externar ideas y opiniones forma parte de la compleja comunicación humana, ya que no sólo hablamos de un idioma, de una idea, de una opinión, también hablamos de intenciones y estados de ánimo, entre otros aspectos; esto sin contar con las circunstancias de quien recibe el producto informativo.
Más que por una noción deontológica -se aseveró- la libertad debe tener límites. Aquí el aparente contrasentido se resuelve señalando que la libertad de expresión tiene cauces por los cuales puede darse, pero al salirse de ellos provoca daños a terceros, y el derecho precisamente es la defensa de esos terceros.
En los términos de lo expresado en la entrega anterior, (publicada el domingo 15 de julio), el libertinaje es expresión de ego, agresión e impunidad.
Es en los géneros de opinión es donde se refleja con mayor claridad este desorden, particularmente en algunas de las denominadas columnas políticas que, de acuerdo a nuestra cultura periodística son una expresión de la dirección del medio.
Uno de los orígenes que tiene el espacio editorial (confundido comúnmente con las colaboraciones como la que lee Usted en este momento) es ser la expresión del medio, de la su dirección editorial particularmente, en aras de fijar un posicionamiento, hacer una aclaración o definir su política respecto a la orientación que llevarán sus trabajos.
Casi todos los medios ejercen este derecho; la mayoría lo hacen fijando su posición ante algún asunto particular y de manera eventual.
El uso más común es la expresión editorial (libre) sobre temas políticos, comentando lo que formalmente no puede sustentarse con una fuente en particular por ser “lo que se dice, lo que se rumora”, generándose a manera de una especie de noticia informal.
En ocasiones esta especie de noticia informal expresada en columna se convierte en verdadero escándalo para reducidos círculos –según el ámbito que toquen- y regularmente resulta de muy difícil aclaración, dada la forma en que los datos son obtenidos.
El gran problema es que actualmente mucho de lo escrito en estos espacios –columnas políticas-, parte de suposiciones, de lo que se dice pero que no tiene sustento en la realidad.
De acuerdo a la filosofía de las ciencias o epistemología, suponer es formular una propuesta o idea sin fundamento en la realidad; aspecto contrapuesto a proyectar, pues este último se formula a partir de datos observados. Cuando hablamos de proyecciones, estas pueden ser generales o específicas.
El gran problema en muchos casos es que el espacio de columna política se alimenta con lo que se escuchó en cualquier lugar, con lo que se piensa al ver dos personas en una mesa de restaurante o en una oficina, con lo que dijo un tercero –regularmente con un interés muy específico y ajeno a la tarea de informar- o por cualquier otro medio informal y regularmente indirecto.
En muchos casos se dejó de lado la verdadera investigación, la elaboración de premisas lógicas con fundamentos verificables, ya sea en la ciencia o en la realidad.
Para ilustrar lo anterior, Ricardo Arqués propone una curiosa metáfora para diferenciar al periodismo del periodismo de investigación: “a modo de símil, podríamos decir que el periodismo bien hecho muestra una fotografía de la realidad, mientras que el periodismo de investigación muestra una radiografía de la misma. Algo que permanece oculto y sólo sale a la luz con una técnica y trabajo especiales” (Caminos, 2010).
La afirmación gratuita, ligera, sin reflexión o no consultada con especialistas, predomina en este tipo de espacios (no en todos), en aras de buscar notoriedad para el medio de información y con ello pretender más lectores, escuchas o televidentes. Esto en el mejor de los casos.
Cuando eso sucede, el periodismo se sale del cauce de la libertad para incurrir en el libertinaje, pues sin duda se daña tanto a las instituciones como a quienes estén en ese tiempo como responsables, se daña al público que reciben “chismes” en lugar de información para satisfacer su derecho a la misma y se daña a la profesión periodística porque se mina su credibilidad.
Todo ese alcance tiene la afirmación gratuita, falaz, con que se alimentan algunos espacios que se conocen en nuestra jerga como columnas políticas.
Muy similar, pero con diverso origen, es la columna política que se redacta en aras de golpeteo, en aras de buscar notoriedad para negociar, -regularmente negociar el que se deje de escribir o hablar mal de personas e instituciones-, pues se toma el espacio como una trinchera desde la que se urden ataques en medida en que se rechazan propuestas económicas o de intereses de diversa índole.
Se lucra con el golpeteo en aras de cualquier cosa, menos de la verdad.
Pareciera se acabó la idea romántica en la que mediante el ejercicio de la libertad de expresión se lograba que las personas responsables del servicio público ejercieran buscando máxima eficacia y eficiencia, la idea de que el ejercicio del buen periodismo desenmascarara a los corruptos.
Pareciera que se terminó la idea de ayudar a la justicia al esgrimir la verdad, para pasar al uso de la verdad como moneda de cambio.
Esta falta de reflexión por parte de varias generaciones de periodistas es de las hipótesis en as que se asienta la actual crisis de credibilidad en los medios masivos de información, ya que en general el público desestima las afirmaciones debido a que, en no pocas ocasiones, las personas se dan cuenta de la falta de investigación, de la superficialidad de una afirmación o de un interés ajeno al verdadero periodismo.
Los fines del periodismo no deben ser presa de la inmediatez, -característica principal del periodismo actual-, de una supuesta falta de tiempo para investigar, pues bajo esta premisa falaz se cae en lo que advierte Lourdes Romero (2006) “sólo se transmite lo que se ve o lo que se dice, la información que se difunde es superficial y, en ocasiones, hasta falsa”.
La transformación del periodismo producto de la era digital en la que inmediatez es simultáneamente anhelo y reto, obliga a la reflexión de dueños y directivos de medios.
Vivimos tiempo de transformación en medios, la televisión, la radio y los impresos están obligados a transformarse para adaptarse a los retos de la conectividad que permite internet, y para ello la reflexión en cuando a la responsabilidad que tienen como mediadores para que las personas satisfagan su inalienable derecho a la información.
Comentarios: rodrigoramireztarango@gmail.com
CAMINOS, José María. (2010). Investigar para sacar a la luz los hechos ocultos. Cap. en La especialización del periodismo. Comunicación Social, Ediciones y publicaciones. Sevilla, España. p. 40.
ROMERO, Lourdes. (2006) La realidad construida en el periodismo: reflexiones teóricas. UNAM, FCPyS, Miguel Ángel Porrúa. México. p. 7.

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