Se supone que el objetivo de competir es sacar lo mejor de quienes compiten y a su vez que queden beneficiados para quienes forman parte de un equipo. Y si no se cumple ese objetivo, el de mejorar y servir, no tiene sentido el estar compitiendo. O acaso ¿competimos para estar peor?
Tuvieron un sexenio para hacer cosas positivas para Chihuahua, y tal vez llegaron a hacerlas, aunque no se haya notado, y es que lo que si se notaba era su constante competencia malsana. Porque si una hacía una cosa la otra se dedicaba a denostarlo y decir que ella lo hacía mejor. Así fue una y otra vez hasta llegar a esta etapa final de lo que fueron sus encumbradas carreras políticas. Y ahora ¿A qué se van a dedicar?
El sistema al que estaban tan acostumbradas y en el que presionaban a capricho ya no les favorece. Ambas acaban de perder y no son bien vistas ni siquiera en su partido político, simple y sencillamente, porque varias veces le quitaron la oportunidad a otros para que ellas se siguieran sirviendo con la cuchara grande.
Graciela Ortiz y Lilia Merodio jamás lograron superar su rivalidad, desde el Senado no se les dio eso de trabajar en equipo, siempre cada quien por su lado y jalando nada más para su molino. Y ahora vemos las consecuencias. Estar en números rojos.
Ellas buscarán lo de siempre, hacer valer sus derechos políticos por el sólo hecho de ser mujeres, conocen el caminito y se saben de memoria el manual para que les toque casi a fuerza un poco de los despojos del PRI. Tienen más de una década haciéndolo… falta ver si las militantes de su partido les permiten seguir haciendo de las suyas. Lo dudo.
Es mi opinión, mi punto de vista.